Genalguacil - Prado de la Escribana

RUTA GENALGUACIL-PRADO DE LA ESCRIBANA

Modalidad: A pie
Distancia: 7.1 km
Dificultad: Media
Tiempo aproximado: 3 horas
A tener en cuenta: En este recorrido vamos a utilizar algunas de las veredas que comunican Genalguacil con el valle del río Almarchar, Sierra Bermeja y Casares. Hay que tener cuidado al vadear el río Almarchar, sobre todo en épocas de crecida. El descansadero de la Escribana es uno de los parajes más singulares del Valle del Genal, siendo posible el baño en verano. Recuerda que está prohibido encender fuego y dejar basuras. No olvides los prismáticos, ya que éste es un excelente lugar para observar aves.

Empezamos el recorrido en el paraje de las Cruces, situado en la travesía de entrada a Genalguacil. En el arcén de la carretera se levanta una tablilla indicativa del PR-A 240 Genalguacil-Benarrabá, que es la dirección inicial que debemos tomar. Comenzamos a descender dejando a la derecha la pista polideportiva para, inmediatamente después, abandonar el trazado de la vereda de los Limones, y encaminarnos por la vereda de las Cañas, que se desprende a la izquierda por una fuerte pendiente.
Desde un principio, el sendero transcurre encajado entre taludes de tierra y rodeado de una variada vegetación; además, con la llegada del otoño, el suelo se cubre de hojarasca, lo que crea una alfombra natural que amortigua los pasos del senderista, cosa muy de agradecer para las rodillas.
Desde la altura que nos proporciona el camino podemos avistar la Sierra Crestellina y el omnipresente macizo peridotítico de los Reales de Sierra Bermeja, aunque a medida que avanzamos nos adentramos en la espesura del bosque, que cubre cada palmo de las laderas, sin dejar de ver otra cosa que el mismo lecho del sendero. Tal es el grado de humedad, que proliferan diversos tipos de helechos durante todas las estaciones del año. Lo mismo ocurre con los hongos, de múltiples siluetas y colores. Este es un lugar propicio para identificar las variedades de setas del Valle del Genal.

En uno de los claros que nos ofrece el camino, aparece rodeada de olivos la casa de la Viña. También se vislumbran hacia el oeste las torretas de comunicaciones del puerto del Espino y el pueblo de Benarrabá.
Seguimos descendiendo bajo la sombra de las copas de pinos y chaparros; al llegar a la altura de un grupo de chaparros alineados con el sendero, descubrimos a la izquierda un carril, al cual se puede acceder por un angarilla. Por el margen contrario discurre el arroyo de las Cañas, que viene a desembocar al río Almarchar. Seguimos caminando por la vereda y ahora lo que surge en nuestro campo de visión es el caserío de Algatocín, pendido en las laderas de su sierra. En estos tramos hay que destacar la masiva presencia de madroños, que en época otoñal dejan caer al suelo sus ricos y rojizos frutos. Igualmente, podremos contemplar ejemplares de durillo.

El sendero acaba uniéndose al carril de acceso a la casa de las Cañas, deshabitada y en estado ruinoso. Inmediatamente después nos unimos al carril principal, siguiéndolo a la derecha.
Un poco más adelante vadeamos por un puentecillo el arroyo de las Cañas, que debe su nombre a la proliferación de esta planta en las orillas de su cauce. Abajo ya se divisa perfectamente el río Almarchar, que desciende precipitoso desde las alturas de los Reales de Sierra Bermeja, aunque en este tramo corre más abierto y entre vegas, como la huerta La Corrala, visible desde aquí. Río abajo y no muy lejos de esta vega, estuvo funcionando el molino de Chariro, dedicado a la molienda de harina.

Durante un buen trecho caminamos en llano, con el Almarchar a nuestra izquierda y la loma Benestepar cubierta de pinos, chaparros y olivos, en el lado contrario. Poco tiempo después, dejamos en un margen del carril la entrada a una finca, para a continuación acceder a la pista forestal, que une Benarrabá con Genalguacil.

Tomamos el carril en sentido descendente, pudiendo acortar las curvas por la trocha, que tiene mucha tierra suelta y resbaladiza, debido a la erosión que producen en estos terrenos el paso de las motos de trial. En este lugar encontramos el cortijo de los Limones, abandonado hace tiempo, en cuyos alrededores crecen varios olivos, algunos de tamaño considerable. En este lugar encontramos el cortijo de los Limones, abandonado hace tiempo, en cuyos alrededores crecen varios olivos, algunos de tamaño considerable. Después pasamos junto a la entrada de la finca El Chicharal, siendo visibles unas palmeras de gran altura junto a la casa. Al hilo, vadeamos el río Almárchar y entramos en el descansadero de la Escribana, una zona llana, rodeada de choperas, campos de cítricos, algunos almacenes y rodales de lentisco. Antes de llegar a la confluencia de los ríos Genal y Almárchar, vemos a la izquierda el carril que nos servirá de regreso. Seguimos caminando, primero por el cauce del Almárchar, seco en verano debido a las filtraciones, y después por el carril, hasta llegar al vado del río Genal. En este lugar verdaderamente privilegiado, con un amplio llano junto al río, que ha sido acondicionado por la Consejería de Medio Ambiente con bancos, mesas y fuente. El prado de la Escribana fue usado como abrevadero y lugar de reposo para los arrieros y caminantes que surcaban los caminos del bajo Genal. En unos carteles se nos informa sobre la colada del Camino de la Umbría al río Genal que, lógicamente, discurre por este paraje.
Desde este punto neurálgico podemos subir a Benarrabá por el carril del Lavadero o por la vereda de los Castañales.
Retornamos hasta la bifurcación comentada líneas atrás e iniciamos una subida que nos llevará a la loma de Benestepar. En todo momento atravesamos tierras de chaparros, aunque tampoco es desdeñable la presencia de madroños y quejigos. A medida que ganamos altura, es posible vislumbrar el carril, paralelo al río Genal, que se dirige a Los Pepes. Nuestra pista va dejando a un lado y otro del camino las entradas a las fincas colindantes. Tras unos centenares de metros, pasamos al lado de una gran casa de campo, situada junto a otra, rústica, construida con maderas; por el lado contrario, surge un carril de menor entidad.
El siguiente hito reseñable lo constituyen un conjunto de casas caídas que encontramos en los márgenes del carril. Forman parte del despoblado morisco de Benestepar y su ubicación responde a la encrucijada de caminos que aquí afluyen. De entre los restos arqueológicos que aún se conservan, cabe destacar el antiguo cementerio musulmán y el horno de pan adosado a una de las casas. Entre las viejas viviendas crecen algunos olivos que, por su antigüedad y grosor, son dignos de ser incluidos en el catálogo de árboles singulares de Andalucía, especialmente uno que tiene un perímetro, en la base de la tronca, de 8 metros.
Por encima del despoblado encontramos un importante cruce de caminos. El ramal derecho toma dirección al puerto del Lentisco, lo que nos permitiría conectar con la ruta Genalguacil- Río Almarchar. La trocha antigua aún se reconoce entre los chaparros que jalonan el camino actual. Nuestra opción es, por tanto, seguir al frente, avanzando plácidamente, con vistas al río Almárchar y al carril que tomábamos tras dejar la vereda de las cañas. Algo más adelante podremos admirar otro fabuloso olivo, rodeado de mucha arboleda, especialmente de chaparros y brezos. A continuación surge un ramal a la izquierda y poco tiempo después, bajo la sombra de un chaparro portentoso, otro a la derecha que tampoco debemos tomar. Paralelo a este último ramal, sube un senderillo hasta la derruida casa de la Tizona, rodeada de fabulosos ejemplares de madroño; desde esta construcción se puede seguir el sendero hasta conectar con el carril del puerto del Lentisco.

Proseguimos pues por el carril principal, ganando altura levemente, bajo la tupida sombra que nos brinda el bosque mediterráneo. A mayor altura y coincidiendo con el cambio litológico a rocas peridotitas, la vegetación arbórea cambia y es el endémico pino pinaster el que se enseñorea de estos pagos, hasta pasar el testigo al pinsapo, el rey de las alturas bermejenses.
Llegamos a una curva muy cerrada a la izquierda, de donde parte un ramal a la derecha y otro a continuación, al lado contrario, ambos cortados por angarillas. Junto al último ramal descubriremos el inicio del sendero del Puente, aunque antes echaremos un vistazo a los contornos más próximos; así disfrutaremos de una bonita imagen del pinsapar de los Reales, en lo más alto de esta montaña. Al oeste son visibles el cerro del Fraile, Algatocín y el formidable peñón de Benadalid, así como la espléndida estampa de Genalguacil, rodeada de laderas cubiertas de castaños, pinos y chaparros.

Reanudamos el camino serpenteando por la trocha, que busca decididamente el cauce de río Almárchar, al cual desembocaremos, y donde enseguida descubriremos en uno de los taludes de la ribera, los restos del basamento de un puente medieval, “de tiempos de moros”, como nos aseguran en el pueblo. A tenor de sus grandes dimensiones, podemos deducir la importancia de la cuenca baja del Almárchar, como lugar de paso entre el poniente mediterráneo y el Campo de Gibraltar, con el Valle del Genal. La charca, de cierta profundidad, es frecuentada en verano por los lugareños. Para vadear el río, buscamos el mejor sitio, saltando de piedra en piedra, o descalzándonos. Una vez en la otra orilla, nos dirigimos hasta el molino de Godoy, situado en la vega, algo alejado del cauce. Fue molino harinero y de de aceite, todavía está habitable y conserva en perfecto estado los dos caces y algunas piedras molineras. En sus proximidades corren las acequias ya se esparcen los huertos, rodeados de algunos árboles frutales; este es un perfecto ejemplo del sistema de explotación agrohidrológico, tan al uso en el Valle del Genal.

Tomamos el camino que parte del molino hasta que se topa con una pista principal que desciende valle abajo para dar acceso a otras fincas. Nosotros optamos por alejarnos del río, tomando la pista en el otro sentido; de esa manera ganamos cierta altura, hasta que nos cruzamos con otra bifurcación: el camino de la derecha se dirige hacia el arroyo de la “Pasá” y coincide con el recorrido ya citado de Genalguacil al río Almárchar; el otro, por tanto, es el que debemos tomar. Desde esta encrucijada podemos ver el estribo del puente en una perspectiva distinta; también adivinamos la trocha antigua, que corta, hacia arriba, la curva. Estamos subiendo por la colada de la Cuesta de los “Rozaos” y las casas abandonadas que vemos junto al camino se llaman Los “Rozaos” Abajo. Otras viviendas cercanas están habitadas, como la de María Ojeda, situada en el carril de la loma de enfrente, que se reconocen por la chimenea y las placas de alimentación solar.

El carril llega a su fin y retomamos la vereda de toda la vida; nada más tomarla descubrimos el rancho de Lo “Rozao”, con una parra que cubre la fachada principal, algunos algarrobos, un pequeño terreno de olivar y campos de cítricos en los bancales que hay por debajo de la casa; el huerto queda más próximo a la vivienda y en la entrada se dibuja la alberca, de reducidas dimensiones. Si en el molino de Godoy destacábamos el sistema agrohidrológico usual del Valle del Genal, ahora estamos ante el ejemplo típico del sistema de policultivo de media ladera en la montaña mediterránea, destinada básicamente al autoabastecimiento familiar.
Continuamos la excursión ascendiendo por el sendero, que a diferencia de las veredas de las Cañas y del Puente, discurre por un lecho mucho más pedregoso; a veces se aprecia el empedrado que debió cubrir ciertos tramos del camino y lo vierteaguas, tan típicos en los caminos del Genal.

A un lado y otro de la vereda surgen los caminillos que dan acceso a las fincas colindantes; la trocha se adorna de taludes cubiertos de chumberas, jaras, lentiscos e incluso almacenes. La altura conquistada nos permite recuperar las panorámicas de los alrededores, y de esa manera avistamos el puerto del Espino, Benarrabá y el castillo del Águila en Gaucín.

Finalizamos la ruta entrando en Genalguacil por una rampa de hormigón, entre unas casitas semiderruidas, alguna de ellas dedicada a pocilga de cochinos. Desde la plaza de la Iglesia podemos hacer un recorrido visual de todo lo andado.